(Continuación de Confesión, primera parte)
Entonces, hace unos años durante un episodio de crisis existencial, me encontraba caído y decaído. Esperaba que nadie notara mi fracaso. No era tan exitoso como lo fui en mis primeros años como profesionista, y lo peor, todo lo que aquellos años indicaban que llegaría a ser, no iba ni a la mitad. Quizá hasta iba en retroceso y mi terquedad no me dejaba verlo así.
Como fuera, el punto es que me había auto noqueado. Necesitaba escapar a un lugar donde pudiera repensar mi vida a partir de ese momento. Sin embargo el dinero escaseaba, o mejor dicho ni existía, porque estaba viviendo de créditos; así que el prospecto de irme solito a una linda playa o a un retiro en las montañas o cualquier cosa similar a eso era solo una quimera. Auto humillado y queriendo escapar de mi propio cuerpo y principalmente de mi mente, me anudé las agujetas y me fui a correr. Un escape parcial que a veces ayudaba a reducir el estrés y, con suerte, aclaraba mi mente y me hacía tener ideas.
En esta ocasión, empero, transcurridos unos minutos en la corrida comencé a recordar cosas. No el tipo de cosas que uno recuerda conscientemente, sino aquellas que han estado ahí en un racimo de neuronas de memoria y que de repente chispean demandando atención.
Todo regresó a mi velozmente. Parte de mi problema era que estaba siendo muy generoso con todos los demás, excepto yo. Necesitaba retomar todas las cosas que eran mías, encontrar a la gente que más importaba en mi vida, hacer lo que siempre quise hacer, y así por el estilo. Estaba dejando todo lo concerniente a mí para después, siempre para después. Y eso me tenía en una situación vergonzosa, en ese momento caí en cuenta que si continuaba así caería más y más de una forma miserable. No sabía como empezar porque no sabía que hacer. Entonces los recuerdos distantes de esos años de inicio de adolescencia, aquellos que fueron un parte aguas de mis contados éxitos se iluminaron como un faro. Muchos y variados recuerdos llegaron, y uno en particular a codazos se abrió paso entre los otros para enfrentarme: el amor de mi vida.
Tan extraño como parezca, todavía no era claro lo que eso significaba. Todo lo que sabía en ese momento era que yo era el único culpable que había terminado la relación, prácticamente por accidente. Pero súbitamente necesitaba buscar y encontrarlo entonces. Tenía la necesidad de encontrarlo.
Con lágrimas en mis ojos, recuerdo haber pensado “desearía poder hacerlo”.
Seguí corriendo aunque de seguro a un paso lento, debía haber corrido mucho más que en días anteriores, porque incuestionablemente pensé y pensé por muchos minutos, quizá una hora o más. Nada recuerdo de esa corrida excepto que pensé mucho y recordé muchas cosas. No sentía cansancio y seguí corriendo. Después de unos minutos de haber pensado esas palabras me encontré mirando al suelo suspirando: “sí que quisiera hacerlo”.
Y sí, todo comenzaba a aclararse y fue solo cuestión de unos cuantos minutos más cuando con mi cara en alto le dije a los árboles a mi derecha: “debo hacerlo”. Y seguramente, un momento después de eso grité con todo lo que tenía: “¡Voy a hacerlo!” Y sé que realmente grité, porque un minuto después una pareja que venía en dirección opuesta me miró como queriendo preguntar si me encontraba bien. Ya me había limpiado las lágrimas y lo que quedaba de ellas se había mezclado con el sudor. Así que no se notaban. Mi sonrisota debió haberlos convencido que estaba perfectamente bien, o perfectamente loco.
Y así empezó. Tomé mi tiempo para comenzar la búsqueda. Sabía que encontrarle no sería pronto, así que también planee como proceder a partir de ese momento.
Sin embargo, necesitaba hacerlo todo cuidadosamente y en secreto. Por muchas razones personales necesitaba ocultar lo que estaba pasando. Había muchas personas que podrían salir afectadas y no quería proveer pistas de lo que sucedía. También, en caso que la empresa no funcionara, podría simplemente guardármelo como si nunca hubiera ocurrido.
Planee y planee por días, aunque todo lo memoricé y ensayé en mi mente muchas veces; imaginé todos los posibles escenarios y resultados. Cuando me di cuenta que estaba listo, comencé.
Requiere mucho esfuerzo hacer algo importante cuando lo único que tienes es tu tiempo libre. Algunos días solo pude dedicarle unos quince minutos, algunos otros –con mucha suerte- un par de horas, pero la mayoría de los días proporcionaron cero minutos. Sabía que tomaría tiempo, sabía que llevaría un par de años o quizá más pero estaba listo para el reto. Sabía que podía aguantar la presión y guardar el secreto por muchos meses. Me preparé para eso, aunque por meros azares del destino:
Por ejemplo, algunas veces en mis años jóvenes me hice la promesa de no beber alcohol por todo un año, independientemente del número de fiestas, compañía, u ocasión; no flaquearía. Y tuve éxito en la mayoría de y en las últimas ocasiones.
También, hace unos años cuando andaba de viaje al cruzar la calle un carro me golpeó. Sin embrago, tuve una suerte extraña ya que mi cuerpo seguía funcionando quizá a un ochenta por ciento de capacidad. Excepto por mis ropas y mi mochila, no había rastro muy visible en mi piel de lo que había sucedido. Días después, cuando regresé a casa nada mencioné al respecto, en parte porque había allí una situación que me prevenía de causar más preocupaciones, y en parte porque quería probarme a ver cuanto tiempo podía mantener el secreto, a pesar de mi mucho cojear y falta de movilidad.
Todo un año pasó antes de que les develara tal evento.
Así, el examen de guarda-secretos fue aprobado.
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