Escapé, al caer en cuenta que todo a mi alrededor me recordaba a ti. Quise huir más lejos todavía, pero las circunstancias impidieron un refugio en algún lugar remoto.
Fue solo hasta que te fuiste que supe era feliz. Allá, al poco tiempo de tu decisión, destruí las fotos, aunque no todas, borré fechas en el calendario, me enfrasqué en nuevas aventuras, nuevas relaciones, nuevas experiencias, con el fin de borrar de alguna forma los recuerdos.
Era casi imposible concentrarme en el trabajo porque el simple hecho de, por ejemplo, tomar el auricular, ese mismo donde escuché cientos de veces tu voz, me recordaba conversaciones, o una simple palabra o dos.
En la calle era peor, pues las risas de los niños sonaban como a la tuya, las ropas de algunas eran parecidas a lo que te gustaba ponerte, los lugares que frecuentábamos se presentaban una y otra vez, independientemente de qué ruta tomara para desplazarme.
Salir de la ciudad de nada servía, pues los pueblos que visitamos hacían más fuerte la cascada de recuerdos que se multiplicaban y traslapaban: las risas con los llantos compartidos, las preocupaciones con los suspiros de alivio, las discusiones con las reconciliaciones, los temores con las palabras de esperanza.
Todo llegaba como en remolino, y de repente me despertaba la voz de quien iba conmigo, dándose cuenta de que mi mente estaba en otro sitio. Y probablemente de que mi corazón también.
Eso afectó una y otra vez a quienes tuvieron la valentía de tratar de ayudarme a reemplazarte.
Nada funcionaba. Me atacaba de repente el recuerdo de mi ruego a que no te fueras, me despertaban mis propios sollozos, me pitaban los vehículos detrás del mío cuando la luz ya se había puesto en verde y yo seguía aturdido por mis pensamientos, salía a correr siempre cuando llovía para que las gotas disfrazaran mis lágrimas y el sonido opacara mi llanto abierto, varias veces me llamaron la atención en las aburridas juntas de trabajo cuando notaban mi mirada hacia la nada y mi mente ausente del lugar.
Aún hoy.
Total, que creí que todo eso se me pasaría en un par de años, mas al no haber sucedido así, opté mejor por el migrar. Malbaraté todo lo que pude, y me deshice de lo que no. Solo conservé lo muy personal, y todo aquello directamente relacionado contigo lo quemé, enterré, o abandoné en lugares donde podría tal vez servirle a alguien. Aunque confieso que algunos detallitos donde existe tu palabra, los tengo aquí.
Lo que al fin me hizo reaccionar fueron las amistades comunes, al notar que tú me habías sustituido, y yo a ti no, aunque estuviera con alguien más. Cuando caí en cuenta que así era, fue justo ahí que decidí el mudarme.
Fue un golpe: tu salida de mi vida se llevó la mitad de la misma.
Quemé carabelas en todos aspectos: a pesar de la promesa de un pronto ascenso, renuncié al trabajo, me despedí de todos, vendí, regalé, tiré, me aseguré de llegar acá justo con lo más mínimo, para con una nueva existencia en un lugar desconocido, sin red social, usando un lenguaje distinto, comenzar lo que sería una vida más feliz, o por lo menos no tan triste como la de allá sin ti.
El inicio me distrajo mucho, pues es difícil recomenzar desde cero tratando de abrirse paso entre la multitud, y establecerse como uno más de los de acá. Lo cual fue bueno los primeros años. Desde el momento de mi partida siento como que es un viaje que nunca ha terminado, como si transito como elemento de un circo, sin descanso, sin un hogar al cual regresar.
En dos palabras, sigues presente.
La edad me ha ayudado a amainar la sensación de vacío, pero los recuerdos brotan al aspirar ciertos aromas de flores, ver sonrisas, escuchar pajaritos o ciertas canciones, y a veces hasta el simple tocarme la piel en lugares que decías eran tus favoritos.
A veces quisiera hacerte llegar el mensaje de que mi promesa sigue firme, aunque sé que estás mejor y muy probablemente mi recuerdo apenas brote como algo que quieres encubrir. Lo entiendo, y concibo también que el tiempo ha cambiado todo. Excepto mi juramento.
Lo peor es que en esta mi gran escapada, me hice caer en una trampa sin darme cuenta: ya no puedo salir de aquí, y si pudiera, es muy probable que a donde quiera que fuera el resultado sería muy semejante.
Ya que resulta que, y aunque al principio creí era simple coincidencia y trascendió que no, muy seguido escucho una palabra que desata todo una y otra vez, que me aprisiona la mente y apachurra el corazón, una palabra de la cual es absurdo escapar. Una simple palabra que no se puede enmascarar, e imposible suplantar.
Pues acá tu nombre es muy común.