Elegiste a otro, y ahora estás aquí, indagando.
Parecieras no darte cuenta que ha pasado mucho tiempo desde que, primero, te besé a fuerzas. Desde las veces, muchas, que te rogué me dieras una oportunidad, de aquellas entretenidas charlas después de clases, y de esas noches de serenata que apreciabas, pero no comulgabas.
Te recité, te dibujé, te canté, te escribí, y hasta te esperé, te recogí, llevé y traje, a pie, en motocicleta y en carro.
Pero escogiste a otro, y me ves con ojos de contrición, como si fuéramos aun mozos.
Te planteé mis planes, te conté mis sueños, me viste esforzarme y trabajar duro, escuchaste mi llanto y mi risa incluso a carcajadas. Sabes de mi pasado, conoces mis cicatrices, mis maltratadas manos y hasta mi más suave piel. Disfrutaste de mis ocurrencias y también de mis largos silencios cuando frente a frente me veías y yo te admiraba.
Pero fue él el elegido, y lo has perdido.
Te plantas frente a mí proponiendo, como si la familia pudiera negociarse.
Tus hijos, mis hijos, mi relación con alguien más, sea buena o mala, han transformado nuestro entorno. Yo no soy aquél ni tú eres aquella. Estamos cambiados: fue otro tiempo y otro lugar, pero me dices que no has podido olvidarme, como si yo hubiera podido borrarte de mi mente. Me juras que casi a diario había algo, un lugar, un aroma, una frase, que te hacía tenerme presente, y que incluso comenzaste a llamarle a él por el cariñoso sobrenombre que a mí me habías puesto, porque le llamabas pensando en mí y no te quedó otro remedio que mentirle y decirle que se te ocurrió ponerle así. Me platicas que las únicas y pocas ocasiones en que disfrutaste su intimidad era cuando pensabas en mí, mordiéndote los labios para no pronunciar mi nombre. Un halago tan profundo y sincero que me provoca tantas cosas distintas y me convierte en mudo por un buen espacio de tiempo.
Optaste por alguien más, a pesar del desamor. Creíste que él encajaba mejor en tu vida social, o económica, o sexual, o qué sé yo. Han pasado no solo años, sino décadas, y te has armado de valor, de recursos, y de muchos meses de pensar e investigar, y has venido hasta acá a pedirme que te escuche. A recordarme que somos adultos y que podemos hablar abiertamente. Como si no supiera mi avanzada edad, como si nunca te hubiese planteado las cosas francamente, como si alguna vez te ocultase algo. Sabes más cosas de mí que la gran mayoría de las personas, incluyendo mi familia.
Me culpas de tu elección. Me dices que no insistí, me dices que no esperé, con la mirada me gritas que ahora sí, que por eso estás aquí. No creerías mi largo, silencioso, profundo, y amargo llanto la noche que me dijiste que sería él. No imaginas aquel dolor de años de verte pasar colgada de su brazo, ni siquiera recuerdas que me utilizaste para provocarle celos, quizá subconscientemente, pero así fue. Y hoy, así nada más, como descubriendo América, me dices que nunca es tarde, y que tiempo todavía hay para lograr algo.
Te equivocaste, lo reconoces al tiempo que me pides te acompañe a donde estás hospedada. Que quieres entregarme algo. Se te olvida que recuerdo perfectamente tu cuerpo, que noto has estado cuidándolo muy bien, y hasta mejorándolo a base de ejercicio, muy probablemente desde hace mucho, al planear esta visita. Como si fuera necesario, como si mi deseo carnal hacia ti se hubiese degradado. Como si esos labios que se mueven tanto con las rápidas explicaciones no provocaran antojo ya. Como si mis instintos naturales de macho tuvieran que ser despertados.
Y preguntas si todavía te quiero. Y a pesar de todo contesto que sí. Que nunca he dejado de quererte. Me urges a ir contigo, como si algo te quemara las entrañas a punto de explotar y la única solución fuera estar juntos, pero olvidas que yo sigo en una relación que ha durado, y que por muy imperfecta que sea, existe. Pareces no entender mis razones, pareces suponer que mi vida ha estado tan mal como la tuya, cual si mi esfuerzo por lograr algo con alguien distinto a ti no hubiese fructificado.
Lo siento, te digo, no puedo. Y se me parte el corazón por segunda vez, coincidentemente por ti y para ti. Y me arrojo sobre ti para besarte apasionadamente, lo imagino nada más, pues me quedo tieso como estatua al ver tus lágrimas, pero nada hago más que tratar de respirar tranquilo como si el desgarrador grito en mi mente nunca hubiera estallado.
En aquellas largas conversaciones el helado se nos derretía sin darnos cuenta, o no importaba. Ahora se nos enfría el café igual. Tarde o temprano uno de los dos tendrá que iniciar la despedida, y ninguno de los dos se atreve a hacerlo. Es seguro que no dormiremos bien ni hoy ni por muchas noches más. Algo me dice que me arrepentiré de no haber aprovechado el tenerte cerca, pero eso aún no llega y por consiguiente por el momento me siento herido de nuevo, pero moralmente bien.
El suspiro simultáneo nos indica que es tiempo, y nos levantamos lento, como no queriendo. El beso de despedida en tu mejilla roza parte de nuestros labios, pero no muerdo el anzuelo porque sé que no podría resistir tan poderosa trampa.
Suelto tus temblorosas manos para que no notes el sudor de las mías, y estoy contigo por solo unos cuantos segundos más.
Por ese mismo espacio de tiempo y quizá por última vez, me tienes junto a ti. Pues elegiste a otro.