Fue una tormenta de nieve que cubrió la ciudad por tres días, habiéndonos forzado a la mayoría a permanecer encerrados la mayor parte del tiempo. Ya me andaba por actividad física, aparte de palear nieve de la entrada, por supuesto.
El día después a que cesó la tormenta, algunas banquetas habían sido limpiadas por los trabajadores del ayuntamiento, y el cielo se despejó un poco. Algo profundo me instigaba a irme a correr, a pesar que aun hacía frio y que había mucha nieve todavía en las veredas. Encima de todo, tampoco tenía zapatos para correr en montaña, o para senderos.
Así que resistí la idea varias veces, pero el empuje subconsciente fue demasiado. Me di por vencido y me amarré las agujetas, cubierto con varias capas de ropa.
Comencé a correr en aceras mayormente limpias de nieve, y en menos de lo que canta un gallo tartamudo, llegué al parque donde las veredas se encontraban cubiertas de un blanco absoluto. Había trazos de que algunas personas ya se habían aventurado a andar por ahí para caminar y disfrutar los paisajes en los caminos más accesibles, pero había otras secciones en donde el polvo blanco estaba intacto, otras en las que se había transformado en aguanieve, y otras en las que ya estaba compactado y convertido en hielo.
Sabía que iba a ser difícil avanzar en algunas secciones de mi vereda de 4 km favorita, más ya estaba ahí y no iba a hacerme para atrás, estaba decidido a terminar la corrida.
Después de algunos minutos mis piernas comenzaron a protestar: teniendo que esforzarse de más al sacar los pies de los hoyos en donde se hundían con cada paso, tensándose rápidamente donde el resbaladizo hielo me invitaba a ponerme horizontal, también teniendo que evitar ramas bajas pesadas con hielo y nieve, rodeando charcos congelados, soportando el peso extra y los desbalances cuando pedazos de nieve cayendo de los árboles golpeaban mi cabeza y hombros… en fin.
Luego de otros minutos de increíblemente bellos paisajes, y mucho respirar forzado, escuche el crujir de la nieve por parte de pasos siguiéndome, y acercándoseme. Otro corredor había tenido el mismo intenso deseo de correr ese día, solo que él había sido más inteligente: sus zapatos eran para vereda. Estaba alcanzándome rápidamente.
No habían transcurrido ni quince minutos de cuando le vi cuando de repente todo estaba de cabeza. Caí duro. Me resbalé en un flash, dándome cuenta que mis veloces reflejos al poner las manos al frente para amortiguar el golpe y cubrir mi cara de nada sirvieron porque mis manos también resbalaron. Estaba plano sobre la nieve.
-¿Estás bien? -Me preguntó conforme se acercó a mí. -¿estás lastimado?
-Estoy bien, -le contesté al levantarme y sacudirme la nieve, -solo me duele el orgullo.
Y continuamos el sonido swosh, swosh, swash, swosh, swash, swosh, swosh de nuestros pasos sobre la cosa blanca, él creando cada vez más distancia entre los dos, y desapareciendo eventualmente.
Después de algunos minutos más de corrida consolando piernas, de nuevo en soledad, y con pensamientos profundos, mi cara se cubrió de blanco ¡otra vez! Caí por segunda ocasión. Mis piernas me habían advertido que estaban fatigándose y debilitándose, y de nuevo no pude evitar la caída con mis enguantadas y resbalosas manos. Pero esta vez, nadie estaba cerca para preguntarme si estaba lastimado.
Al levantarme me di cuenta que en ambas ocasiones mi rodilla izquierda había sido la primera en golpear el suelo, bueno, la nieve. Así que, sí, el orgullo dolía otra vez, pero entonces mi rodilla también dolía mucho. Nieve sacudida, y a continuar corriendo, aunque ahora un poco más lento.
¿Por qué te platico esto? No es interesante y ni siquiera divertido. Ya sé, ya sé.
Es solo que una vez que terminé la corrida, descansé por varios minutos y tomé un baño, por fin entendí por qué nació el extraño deseo de hacerlo: solo era un recordatorio.
Ya sea una nueva escuela a la que vamos a asistir, o justo después de mudarnos, o cuando comenzamos un trabajo nuevo, una nueva empresa, o nos vamos a vivir a otra ciudad u otro país, si comenzamos una relación nueva, sea personal o de negocios, cualquier cosa en la que nos aventuramos; es tan cercana a una corrida en la nieve como lo es en la vida real.
Sabemos que no es el mejor contexto, pero comenzamos de todos modos.
Sabemos que será difícil, pero comenzamos de todos modos.
Sabemos que no tenemos las mejores o más apropiadas herramientas, pero comenzamos de todos modos.
Sabemos que no es el mejor tiempo de hacerlo, pero comenzamos de todos modos.
Entonces, una vez que empezamos y conforme vamos, dándonos cuenta que es en verdad difícil, continuamos sin importar lo demás.
Y entonces caemos, pero nos levantamos sin rendirnos.
Y entonces nos cansamos, pero continuamos sin rendirnos.
Y caemos de nuevo, pero de nuevo nos levantamos sin rendirnos.
Y entonces nos lastimamos, más no nos rendimos.
Y ¿acaso no es la vida misma como una corrida en la nieve? ¿Cuántas veces hemos caído? ¿Cuantas más caeremos y nos lastimaremos físicamente, o en espíritu?
Y aun así, sabemos que terminaremos la corrida.
Continúa de todos modos. No te rindas.