Padre universal

No entendía, papá, no sabía.

“No es uno hijo, sino hasta que se convierte en padre.”

 

Es apenas ahora que los muchos años me han dado duras lecciones que comprendo. Que por fin entiendo.

Abandonaste tus sueños, tus empresas, tus planes, y tu estilo de vida en el momento mismo en que supiste que te convertirías en padre de familia.

Tus prioridades cambiaron en un segundo, y dejaste de darte gustos, de ver por ti.

Le mostraste en ese mismo instante tu valía a la madre de tus hijos, sin necesidad de palabras, pues es seguro tu semblante cambió también. Adiós muchacho, bienvenido señor.

 

Sé, ahora, que ya no importó el continuar ahorrando para comprar ese reloj que te gustaba. Que cambiaste las camisas de porte fino por las de oferta, pues tus críos necesitaban zapatos.

 

Que enfrentaste retos, obstáculos, y a otros; y que mental y físicamente tuviste que aguantar insultos, atropellos, discriminación, golpes, traiciones, burlas, y no sé cuántas cosas más, y hasta de las personas más cercanas, a fin de que tu familia no sufriera.

 

Suponía, en mis años mozos, que tus amoratadas uñas y las cicatrices nuevas en tus manos eran por simple descuido. Ahora sé que la aparente desidia de ir al dentista era porque el costo era muy alto, comparado con lo que costaba la despensa mensual, y preferiste aguantar dolor y perder piezas dentales. Ahora sé que destruiste tu cuerpo a base de trabajo duro y sacrificio físico.

 

Te vi llegar exhausto tras largas jornadas de trabajo, arrastrando los pies y con energía apenas suficientes para alimentarte y llegar a tu cama. Solo para levantarte temprano al siguiente día y continuar la labor de proveer, por años.

 

Que lloraste en silencio, cuando nadie te veía, por no poder encontrar empleo, o no tener uno mejor remunerado. O por haber tomado una difícil decisión creyendo haberte equivocado y por consiguiente afectado a tus hijos.

 

Vi, cuando la economía familiar estaba en ceros, que tu anillo tan bonito, simplemente dejó de estar en tu anular, de repente y para siempre.

 

Que comías las sobras, o la comida fría, o saciabas tu hambre con pan, a fin de que los elementos nutritivos en tu mesa fueran aprovechados por tus hijos.

 

Que, en los momentos de crisis, estoicamente fingiste ser fuerte cuando por dentro sentías que te derrumbabas, porque las circunstancias requerían un ídolo, y no había alguien más.

 

Que tus ejemplos son, por mucho, lecciones más valiosas que aquellas por las que tiene uno que pagar en la universidad.

 

Que sonreías orgulloso a espaldas de tus hijos el día que uno de ellos te ganó una partida de ajedrez, o un juego de tenis, o cuando te pasó con facilidad en una carrera, o cuando caíste en cuenta que su educación, razonamiento, o memoria ya estaba muy por encima de los tuyos.

Como que valió la pena. Pensaste.

 

Pero todavía con eso, entiendo todo lo que has sacrificado, sin esperar a cambio ni siquiera palabras agradables, pues te has forjado soldado de la vida.

“Me sirve tu batalla, sin medalla.”

 

Total, que, papá, sé ahora, por fin, que no se te ha reconocido ampliamente. Y entiendo, al mismo tiempo, que no lo consideras necesario, ni lo esperas ni quieres siquiera.

 

Me gustaría que la estafeta que me has dado sea entregada con el mismo esfuerzo y firmeza al final de mi turno.

Aunque sé que, en mi caso, el alumno no superará al maestro.

 

Gracias, PADRE.

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Escritorcito
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