Flores

Veo flores.

No es que no las viera ni haya visto antes, sino que de repente son más llamativas.

Sobresalen ahora por encima de todo lo demás: los paisajes son los mismos, los árboles, tierra, pasto, piedras, y arbustos no han cambiado, pero las flores parecen haber tomado aún más color, más energía, más vida.

Las pequeñas, las grandes, las individuales, las de montón. Las cultivadas, las salvajes, las de entre los resquicios, hasta las que ya han sido capturadas. Todas las flores súbitamente claman mi atención.

 

Nunca te di flores.

Ni siquiera te di una carta con flores dibujadas de mi propio lápiz, o tan siquiera una tarjeta comprada y llenada con algún mensaje en el que te manifestara mi sentir por ti.

En aquellos años en que nos veíamos casi a diario nunca te escribí. Lo único que recuerdo haberte dado fue una simple notita con un número de teléfono, y si acaso alguna otra con algo chusco. Pero nada más.

Daba por hecho que te vería ahí, en el mismo lugar, con tu misma sonrisa, con esa mirada que se llenaba de alegría cuando me veía y me hacía sentir que yo valía algo, por lo menos para ti, a pesar de mis tantas pobrezas. Sonrisa y mirada que me impulsaban a no dejar de luchar por salir adelante, a tener motivos para reír, para mostrarme tal cual era, a seguir con ganas de continuar la diaria batalla. Y que me obligaba, no sé cómo, a platicar contigo.

 

Las flores me dicen algo.

Siempre te vi así, sin darme cuenta sino hasta hoy, así tal cual: como una flor entre el verdor y lo gris de todo lo demás. No recuerdo haberte escuchado decir algo negativo de o hacia alguien, o que te hayas burlado de los demás, ni siquiera te enojabas con situaciones que a los demás nos hacían estallar…

Me gustaba platicar contigo, ver el brillo de tus ojos, tus dientes chuecos, tus blusas decentes, pero al mismo tiempo misteriosas, tu cabello ondulado y obscuro, y como enredado a veces a propósito. Me gustaba, más que todo lo anterior, tu voz. Tanto el timbre como la forma en que hablabas, la forma en que me hablabas. Así tan pura, tan humana, tan sencilla, tan cariñosa, tan clara.

Pero por sobre todas las cosas, me gustaba estar cerca de ti, aun sin intercambiar palabras, estar así nada más: cerca de ti.

Y nunca te lo dije.

 

Mis errores y estupidez de juventud, aunados a las circunstancias, nos alejaron tanto en tiempo como en distancia. Cuando hubo oportunidad de no dejarte ir, no actué, creyendo que sería cuestión temporal y que pronto te vería de nuevo. Luego, la vida embistió nuestros planes y me perdí, o, mejor dicho, te perdí, por mucho tiempo.

Cuando por fin supe de ti de nuevo me dio mucho gusto, esa feliz, larga, y última conversación telefónica quedo inconclusa adrede: ahora sabía dónde estabas y ansiaba ir pronto para decirte en persona tantas cosas, para ver de nuevo tu mirada, tu pelo enredado, y tus chuecos dientes. Para escuchar tu voz, para abrazarte, besarte…

Y ahora ¿qué hago con todos estos sentimientos y emociones?

 

Ta has ido y no he dejado de llorar.

Me duele tanto.

Hasta hoy, nunca me di cuenta que te amaba, que has sido la mejor amiga que he tenido en mis más de cincuenta años, que me pesa sobremanera nunca habértelo dicho tal cual.

Que me duele que nos dejes, porque estoy seguro el sufrimiento es aún más fuerte para otros…

 

No sé si manifestándome así, por escrito y en público, sirva de algo en la cuestión de comunicación cuántica.

Tu esencia, tu energía, deben estar ya migrando a otras formas y modos.

Estoy seguro.

Las flores son tú.

Anuncio publicitario

Acerca de Amanuense Propio

Escritorcito
Esta entrada fue publicada en Confesiones, Pensamientos, Reflexiones y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s