No, no equivoqué la ortografía de la palabra queriendo escribir Échamelos, sino exactamente como leíste. Explico:
Lo siguiente tomó lugar en un periodo de un año. Una vez, observando a un subordinado hacer su trabajo de forma inadecuada, notó mi mirada y antes de que yo pudiera decir algo él lo hizo: Si sé como hacerlo. No respondí pues me dio la impresión de que era sincero y a partir de ese momento lo haría en forma correcta.
Unos meses después hacienda el mismo tipo de trabajo; la misma persona que dijo saber hacerlo bien seguía haciéndolo mal. El rendimiento de todo mi departamento dependería del trabajo de unos cuantos, incluyendo el de él. Me acerqué y con mucho tacto reconocí que él sabía como hacerlo, pero que los resultados no lo mostraban. Balbuceó algo y probablemente iba a responder algo no muy agradable, pero habiendo gente alrededor le hizo reaccionar. Se fue a tomar un descanso y regresó después de unos minutos para decirme que se esmeraría más en su trabajo a partir de ahí, que de verdad sabía hacerlo, pero que se dio cuenta que no estaba poniendo cuidado en el proceso y que sería diferente. Aunque percibí su cambio de actitud, sus números no mejoraron mucho.
La misma situación unos meses después, pero ésta vez me di cuenta que aunque él ponía atención y se veía preocupado por la calidad de su trabajo, batallaba para hacerlo adecuadamente. Le pregunté si tenía algún tipo de impedimento del cual yo debería estar enterado para tomar medidas correctivas. A pesar de haber trabajado por casi un año bajo mi supervisión, ésta vez por fin se abrió notando mis buenas intenciones y declaró de forma sincera: “Yo sé que puedo hacer esto, deme una oportunidad, yo sé que puedo.” Respondí que yo también sabía que podía, que no había necesidad de apresurar el proceso y que prefería calidad a velocidad. Él notó que era cierto; sus hombros bajaron como si se les quitaran un gran peso de encima. Lo dejé en paz por un rato. Al concluir el proyecto, sus números todavía eran bajos.
Para la siguiente comisión, él sabía que yo iba a estar cerca y poniendo mucha atención a su trabajo, cuya posición estaba en juego. Una semana antes de comenzar me entregó una breve carta explicando que sabía que su rendimiento no estaba a la altura. Pero por escrito me aseguraba que haría lo mejor y que su trabajo estaría hecho de la forma en que tenía que ser.
Le hice un gesto de aprobación la próxima vez que lo vi y nos alistamos para los mejores resultados jamás.
Durante el proceso, todos rindieron excelentemente; él mostró seguridad, estuvo muy platicador todo el tiempo, y sonreía constantemente. Cuando entregamos el proyecto y analizamos números; notamos que muchos errores fueron cometidos, sí, por él.
Él lo sabía. En los días siguientes preparé algunas cosas que ofrecerle: mi intención era hablar con él para simplemente brindar un cambio de estrategia, sugerir tal vez una posición diferente, y ofrecer entrenamiento. Un día antes que pudiera acercármele con esas ideas, renunció. Nunca supe más de él.
Estoy seguro que algunos de nosotros hemos experimentado un escenario similar no solo con compañeros de trabajo, sino también de escuela y hasta en los círculos familiares. Caí en cuenta que mi error consistió en no haber hecho algo más temprano en el proceso y tratar de corregir el problema antes de que fuera muy tarde.
Empero, la lección aprendida fue que independientemente de la forma en que la gente dice y promete cosas, sea sincera o con falsedad, las intenciones por sí mismas no cuentan.
El hecho de que pongamos algo por escrito en lugar de solo decirlo crea un compromiso y mensaje más fuerte; le asigna algo de permanencia a esa promesa u obligación. Pero aun así, las palabras continúan siendo solo palabras.
No me digas que sabes, demuéstrame que sabes.
No menciones que te esmeras, muéstrame que lo haces.
No digas que puedes, demuéstramelo.
No me digas que lo haces, demuéstralo.
Hechos.