Sin reflejos.

Terminaba el sofocante verano del 2031, iniciaba septiembre con una temperatura apenas pasable, pero mucho mejor que los meses anteriores, los cuales habían quemado miles de hectáreas en los bosques del norte y de Australia, haciendo daño también a poblaciones enteras, las cuales en cuestión de días habían sucumbido a las feroces llamas. Muchos lugares del hemisferio norte habían cambiado su geografía en cuestión de meses.

Miles de personas fallecieron no solo por haber sido atrapados sin salida, sino también a causa de la inhalación del humo, el cual cubría grandes áreas, envolviendo en algunos casos estados, provincias y hasta países enteros. Y por supuesto también por falta de hidratación.

La incapacidad, ignorancia y corrupción de los gobiernos anteriores propiciaron que la crisis climática se acelerara sin que los pobladores pudieran impedirlo.

Cuando todos creían que habría un respiro gracias al otoño cada vez más cerca, los astrónomos y las agencias espaciales comenzaron a sonar la alarma: algo se acercaba a la tierra a velocidades nunca antes detectadas. Aunque cualquiera que fuera lo que venía, pues no atinaban a decir si era un meteoro, un cometa, o algo más; era que los espectrómetros de masas indicaban la presencia de algo masivo y con elementos varios, principalmente metálicos, acercándose.

Según los cálculos, daría con la tierra aproximadamente el cuatro de septiembre.

Los gobiernos instaban a los ciudadanos a no actuar en pánico, pues aún no se sabía qué era lo que venía; los ciudadanos del mundo reaccionaban de distintas formas: algunos daban todo por perdido, otros dejaban de hacer sus actividades cotidianas, se preparaban haciéndose de armas existentes y fabricando rudimentarias. Los países con mejor armamento trazaban planes de ataque hacia el espacio, pero nada de lo tenido podría llegar a hacer daño a algo que no se sabía lo que era y mucho menos hacia o fuera de la atmósfera.

El dos de septiembre el mar comenzó a dejar de moverse. Muy imperceptiblemente al principio, pero para el tres, pareciera que las olas eran cosa del pasado. Lo extraordinario era que no estaba congelado, ni siquiera frío, simplemente no había movimiento, la marea había cesado, no había oleaje ni resaca, los peces seguían bien, pero la superficie era tan plana como si fuera un lago canadiense.

Y entonces llegó la oscuridad.

Algo como un velo gris cubrió el planeta entero. La mayoría de gente se arrodillaba y rezaba suplicante, sintiendo que todos moriríamos, pero, al igual que con el agua, la luz del sol que se filtraba por el opacado cielo seguía calentando. Todo mundo dejó de trabajar, y se pegaba a los canales noticieros para saber qué estaba sucediendo.

Cuando todos los aparatos electrónicos dejaron de funcionar, comenzó el pánico, aunque la interrupción solo duró la madrugada del día cuatro.

Al ir clareando el alba nos dimos cuenta de que el mar había vuelto a la normalidad, y ya no había manto gris cubriendo el planeta, pero ahora cuatro magníficas estructuras, semejantes a triángulos equiláteros de cientos de kilómetros de área, se habían posicionado alrededor del planeta a distancias equidistantes unos de otros, y prácticamente entre la luna y la tierra, o eso era lo que calculaban los astrónomos.

Nadie sabía que hacer, ni los gobernantes ni los científicos, ni los militares, y mucho menos la gente común.

Y entonces, exactamente a las 10:00am hora del centro, En todos los aparatos capaces de recibir frecuencias eléctricas, desde teléfonos hasta las gigantescas pantallas de los estadios, sonó un tono semejante a una alarma de despertador, y luego una voz neutra no manifestando emoción alguna, y sin tono femenino ni masculino, diciendo algo por espacio de 19 segundos.

Terminó el mensaje y de inmediato los triangulotes comenzaron a iluminarse. Puesto que eran tan enormes, todo el mundo podía ver a por lo menos uno de ellos, incluso en donde a esa hora era de noche, pues lograban proyectar su sombra en la luna, la cual en momentos parecía un pac-man forzado.

Cuando los triangulotes se llenaron de una casi imperceptible luz violeta, súbitamente desaparecieron. Como si hubiera sido un efecto especial de película. Sin sonido, sin rastro.

En ese mismo momento los astrónomos informaron que se alejaban a la misma velocidad a la que habían llegado. Y que, al parecer, se habían “ensamblado”.

Los gobiernos comenzaron a indagar unos con otros qué idioma era el que la voz había utilizado, pues no era ninguno de los mayores; algunos decían que era seguramente uno de áfrica, los africanos decían que debía ser de los nativos de Norteamérica, los indios decían que más bien parecía del medio oriente. Y así pasaron muchos minutos en los que las redes sociales se inundaban de opiniones, pero nadie atinó a identificar el idioma. Nadie.

Aquellos que habían grabado la voz la reproducían una y otra vez, más lento, más rápido, inversa. Nada.

Fue hasta entonces que todos comenzamos a darnos cuenta de lo que realmente había sucedido. Todos los vidrios de ventanas, pantallas, espejos, vasos, botellas, parabrisas, cuadros, teléfonos, absolutamente todos los vidrios se encontraban ahora con una capa delgadísima de algo semejante a polvo, pero tal filme estaba adherido al vidrio por dentro.

Podíamos aun usar todo sin problema, lo único era la capa esa omnipresente. Todo cambió: los edificios se veían totalmente distintos, los vehículos, los cuadros en las paredes, todo.

Fue cuando algunos gritos de desesperación, miedo e incredulidad comenzaron a sonar que por fin nos dimos cuenta: nada reflejaba. Mas los vidrios permitían ver a través de ellos.

Ni los espejos de los carros, ni los de las casas, y ni siquiera un teléfono apagado reflejaba nuestra cara al tenerlo a centímetros de la misma.

El tráfico vehicular se hizo más lento y al mismo tiempo peligroso, los vehículos grandes, tan dependientes de sus espejos, quedaban atascados a la hora de tratar de maniobrar una vuelta o una reversa.

Los conductores menos hábiles comenzaron a causar accidentes, a pesar de que ya todos manejaban mucho más lento que antes.

Para las personas que estaban acostumbradas a alinearse, maquillarse, o afeitarse, súbitamente dejaron de poder hacerlo. Los salones de belleza y barberías de repente tenían largas filas sin fin.

Algunas personas en su desesperación y enojo, quebraban los vidrios, los espejos, todo aquello que les había sido útil era ahora motivo de frustración.

Varios plásticos oscuros sí reflejaban las cosas, pero era definitivamente distinto ver esos deformes reflejos a los de un espejo. El agua sí reflejaba, pero era impráctico estar viendo hacia abajo en una palangana o un charco o un lago sereno para poder verse.

Por cierto, los fabricantes de vidrio quedaban perplejos porque sus procesos eran exactamente los mismos, pero al crear un nuevo vidrio, éste al enfriarse le aparecía la capa equis, como por arte de magia.

En todos los medios seguía la indagación sobre el idioma que la voz había utilizado para dar el mensaje, pero pasaron tres días y todos comenzamos a perder la esperanza de que alguien hubiera entendido. Ni siquiera la IA lo había logrado: dando como resultados barbaridades que solo causaban risa.

Pasó una semana en la que comenzamos a acostumbrarnos a la falta de reflejos. Cada vez más despeinados, barbones, desmaquillados, desalineados, y en general menos coordinados en cuestión de ropajes y sonrisas.

Y entonces comenzó a suceder el milagro.

Puesto que los científicos no podían explicar el fenómeno de las aguas calmadas ni el velo del planeta, se enfocaron a investigar lo que realmente eran los triángulos: de qué estaban hechos, sus dimensiones reales, su procedencia, etcétera. Para ello se formaron comités internacionales dedicados exclusivamente a ese fin.

Los lingüistas seguían en su búsqueda infructuosa por identificar el mensaje, y también formaron alianzas entre países que dedicaban grandes fondos para investigar hasta en los pueblos cuyos dialectos estaban casi en extinción. De seguro el mensaje era importantísimo, y pues habría que descifrarlo.

La cooperación entre países comenzó a solidificarse ante tan poderosa muestra de tecnología proveniente de quién sabe dónde, se forjaron pactos militares de cooperación. Muchos conflictos armados cesaron de inmediato.

Las leyes de tránsito y las formas de conducir comenzaron a cambiar:  las velocidades máximas, los tiempos de espera en un crucero, la necesidad de que en vehículos de mayor rodado hubiera por lo menos dos personas, y así. También se crearon nuevos puestos: ayudantes de estacionamientos, valets, más choferes…

Se veía más gente en la calle corriendo o en bicicleta o caminando, y además platicando unos con otros.

Comenzamos a dormir mejor, a alimentarnos bien, tanto así, que algunas empresas fabricantes de comida chatarra dejaron de producir; y no por cuestión de bancarrota, sino porque los dueños simplemente se avergonzaban de haber estado envenenando a la gente. El consumo de drogas, de alcohol, de tabaco, de estupefacientes bajó drásticamente.

Las fábricas de armas también dejaron de producir, y algunas hasta ofrecieron destruir las armas existentes. La mayoría de los países estuvo de acuerdo.

Lo mejor de todo fue que comenzamos a tocarnos, a platicar más, a querernos, a sentirnos, a escucharnos.

Unos a otros nos peinamos, nos afeitamos con mucho cuidado eso sí. Nos maquillamos, queríamos que la persona a la que le hacíamos algo quedara lo mejor posible, y ellas en reciprocidad hacían lo mismo. Para poder apreciar el resultado del peinado o del maquillaje o lo que fuera, al terminar nos tomamos fotos, y varias, además: de frente, de un perfil, del otro: de cuerpo completo.

Eso nos hizo reaccionar y entonces nos dedicábamos a convivir más tiempo en contacto humano.

Bajaron las frustraciones, se incrementó la amabilidad, se establecieron nuevas reglas laborales en cuestión de horas y lugares de trabajo, y también de paga.

Fue curioso como el simple hecho de que no pudiéramos ver nuestro reflejo en superficie alguna nos hiciera apreciar a los demás. Los juegos en línea cayeron, dando paso a las pláticas y risas de los juegos de mesa. Los padres dedicaban más tiempo a las tareas escolares de los hijos, y también a leerles o contarles un cuento a la hora de acostarse.

Los maestros comenzaron a sentirse mejor, pues los alumnos ya ponían atención y sus calificaciones mejoraron. Los vendedores se desvivían por satisfacer al cliente, la burocracia comenzó a ser efectiva, los rivales políticos se felicitaban cuando uno era elegido, y los perdedores se ponían a sus órdenes en caso de ser necesitados… Todo cambió. En cuestión de meses.

En enero, unos turistas norteamericanos en Playa Azul, Costa Rica, trataban de utilizar la grabación del mensaje de otro mundo en una canción de rap. Tenían media hora tratando de pronunciar las palabras cantando a un ritmo, y luego a otro, y entre risas se criticaban el no poder hacerlo.

Una vendedora de cocos de muy avanzada edad estuvo escuchándolos todo el tiempo, y entonces se acercó y quiso preguntarles algo, pero ella no hablaba francés y ellos tenían muy poco español. La señora decía cosas y hacía gestos señalando las bocinas, sus oídos, y su boca. Un muchacho que observaba la escena reaccionó y corrió hacia uno de los hotelitos del lugar, trayendo también corriendo a una mujer. Ésta hablaba francés.

La viejecilla decía que su abuelo, nacido en el norte de Belice, le hablaba con esas palabras y en ese idioma cuando ella era una niña.

El descubrimiento fue noticia inmediata, los lingüistas y antropólogos se concentraron en los mayas. La viejecilla fue llevada a un lugar en donde la grabación se reproduciría claramente, y psicólogos y especialistas en lenguajes le ayudarían a recordar y a encadenar aquellas palabras cuyo significado no fuera claro.

Tratándola como la persona más importante del mundo, el proceso de traducción tomó dos semanas, pues los científicos querían estar seguros de que cada palabra que ella pudiera identificar encajara bien con las que no.

Para mediados del siguiente año ya todos estábamos distintos, se notaba el respeto entre desconocidos, la contaminación del aire y las aguas bajó, se percibía el aura de las personas buenas, los gobiernos ahora sí se enfocaban al pueblo y no a intereses de partido, algunas fronteras dejaron de ser tales, la producción de alimentos sanos se elevó al tiempo que el consumo de carne cayó, se liberaron las mascotas exóticas y se prohibió la caza, las personas que vivían en la calle o bajo puentes ya tenían un lugar, los vehículos transportaban más personas en vez de solo el conductor, hubo más fiestas imprevistas en las plazas públicas, los parques se atiborraban de familias y los niños jugaban de todo, desde futbol hasta You’re It, y con ello, las risas infantiles opacaban hasta a los cantos de los pájaros.

Todo mejoró.

Fue también que en esos meses de verano todos notamos que la capa grisácea que habían creado en todos los vidrios cada vez era menos notoria y ya los reflejos comenzaban a darse. Primero en lo útil: los instrumentos dentales, quirúrgicos, y de laboratorio, los telescopios, las celdas solares, y así. Y después y más lentamente en los menos necesarios. Era seguro que desaparecería por completo en menos de dos años.

Lo cual ya no importaba, ya no eran imprescindibles los reflejos: todos queríamos seguir atendiéndonos unos a otros.

¡Ah, sí! La traducción del mensaje que la mayoría estuvo de acuerdo, pues al parecer la mitad del mismo no se le encontró significado:

“Ve hacia afuera. Te atiendes, te quieres, te cuidas y creces cuando lo haces en los demás y en todo lo que te rodea.”

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