Escritora invitada: Carmen Lagrosse
Edward era atractivo, no mucho, pues su cara apenas era un sesenta por ciento de lo que sería un Adonis o una escultura de Miguel Ángel. Sin embargo, era alto, cabello café claro, ojos inquisitivos, perfil griego, y cuerpo atlético.
Llamaba la atención fácilmente porque su caminar siempre era de forma apresurada, casi como si fuera un participante de una carrera de caminata. Cuando hablaba lo hacía de una manera pausada pero clara, y cuando le tocaba escuchar, lo hacía con atención. A veces daba la impresión de ser muy serio o inocente.
Además, coordinaba su vestimenta de forma que pareciera tomada de una pintura de los grandes maestros, e incluso de una fotografía sepia de antaño, con matices del mismo color, los cuales definían una figura elegante y limpia.
Cuando llegó la navidad del año pasado, justo el día 23, se encontró solo en la matiné del cine viendo la película que le pareció menos aburrida de la cartelera, pues no comulgaba de las festividades por ser éstas más un evento comercial, que algo realmente positivo.
Al salir se encontró con Berenice, quien también había estado en la sala casi vacía y había hecho exactamente lo mismo: refugiarse en un lugar alejado de las multitudes y el caos de la temporada.
Se habían conocido en un club de corredores hacía apenas un año, pero no siempre habían coincidido en los días que la mayoría del grupo se iba a correr por los distintos lugares apropiados para ello en la tan atestada de carros urbe. Aparte, estaban en la misma escuela, aunque en distintos grados y salones, y ella casi nunca se aventuraba por los pasillos de la misma.
A ninguno de los dos le dieron ganas de regresar a casa, y después del saludo y la charla sobre cómo era posible que tuvieran tan coincidente actitud decembrina, decidieron pasar el resto del día juntos. Encontraron una fondita acogedora y pidieron café y pan una y otra vez, sin darse cuenta de que se les fueron las horas platicando y ya había oscurecido. Intercambiaron datos de contacto y salieron.
Al despedirse, Edward abrazó y besó en la mejilla a Bere, quien no acostumbrada a tal tipo de contacto se ruborizó, pues sintió una vibración corporal nunca experimentada, por lo que al alejarse su caminar era como de brinquitos.
Esto llamó mucho la atención de Edward, pues, aunque ya había notado el exquisito cuerpo de Bere en los pocos días que coincidieron en el club, esta vez, al observar su fina ropa no deportiva y su caminar sensual, quedó parado y perplejo durante el tiempo que pudo verla al ella alejarse. Era cierto lo que sus compañeros siempre decían “está buenísima, la pendeja”.
Bere era, digamos, una mujer promedio, no sobresalía entre la multitud por cuestiones académicas, intelectuales, o artísticas, aunque desde chica sus padres la inscribieron en clases de ballet y danza. Quizá era por eso por lo que ella continuó sus actividades deportivas. Edward aprendió que cuando Bere pudo, les dijo a sus padres que no disfrutaba mucho de lo artístico, y que su objetivo era participar en atletismo, y quizá hasta representar al país en las olimpiadas.
Eso sí, el cuerpo de Bere era en realidad hermoso. Los muchachos del colegio siempre al acecho tratando de lograr por lo menos un momento en la intimidad con ella. Pero Bere sabía que solo la buscaban precisamente para eso, por lo que se negaba a toda y cualquier invitación de ellos. Si algún día lograba una relación con un hombre, ésta debería ser con objetivo duradero y serio.
El beso de despedida de Edward no la dejó dormir esa noche. Se ilusionaba con volver a verlo, aunque había notado que él seguido andaba con Roxana, quien probablemente era su novia, pues a veces se iba con ella después de terminar en el club, y también los vio en las protestas de los estudiantes en contra del alza al transporte público, en conciertos gratuitos, en ferias, y en eventos públicos a los que asistía la muchachada.
Al día siguiente, esperó el mensaje o la llamada de Edward con ansiedad. Sin embargo, éstos nunca llegaron, ni siquiera para desearle una feliz navidad.
La cosa era que nunca acordaron contactarse ni nada, simplemente intercambiaron número de teléfono y WhatsApp, dirección a medias, diciendo en qué parte de la ciudad vivían, nombre completo, y datos personales; pues lo único que conocían uno del otro antes del cine era el apelativo: Bere y Eddy.
Pasó el día veinticinco sin mucha novedad y llegó el 26 y Berenice no dejaba de pensar en Eddy. La charla en la fonda le hizo darse cuenta del verdadero atractivo de él: su cultura general y una sencillez que rayaba en ingenuidad.
No pudo aguantar más y ella fue quien lo llamó, para invitarlo a correr al parque al siguiente día y después ir a desayunar juntos, pues conocía un lugar que era seguro que a él le gustaría mucho.
Edward, estando sin nada que hacer en esa semana, aceptó.
Bere tomó la iniciativa desde el principio: además de decirle dónde verse para calentar antes de comenzar a correr, muy sutilmente y con mucho tacto señaló también que tenía algo importante que decir.
Cuando Eddy llegó, Bere le abrazó y besó en la mejilla con un gusto manifiesto. Platicando ella todo el tiempo calentaron, corrieron, hidrataron, enfriaron, estiraron, desayunaron, y la sobremesa les tomó por lo menos un par de horas más. Bere indirectamente preguntaba sobre las relaciones de Eddy, pero él nada tenía de carácter íntimo con alguien más, por lo que ella nunca supo si en realidad él tenía novia, y el nombre Roxana nunca se escuchó, pero Bere dedujo que Eddy estaba libre. Aunque le quedaba la duda de si él le ocultaba algo, y si sí, probablemente era para no incomodarla o confesar intimidades.
Hartos de café, entumidos y cansados de sentir que las sillas ya estaban pegándose a su piel, por fin acordaron despedirse. Esta vez, al hacerlo, Bere abrazó a Eddy con más ganas que cuando se encontraron, al tiempo que su vibrante cuerpo y voz le decían que le gustaba mucho y le daba las gracias por “haberla escogido,” dándole también un rápido beso en la boca, y alejándose de inmediato con una sonrisa que casi eclipsaba sus enormes ojos brillando de felicidad. Parecía esta vez que, en lugar de dar brinquitos, flotara en el aire.
Eddy no dijo una sola palabra, simplemente dejó a que Bere hiciera todo eso sin inmutarse. Él, en efecto, salía con Roxana muy seguido. Le gustaba la picardía con que ella siempre platicaba: además de provenir de una familia humilde, trabajaba y estudiaba, sobresaliendo por encima de los demás en ambas actividades. Lo mejor de todo era su sonrisa, unos labios gruesos que parecían ligas al extenderse para mostrar una dentadura alineada, limpia, y fuerte. Una risa tímida al escuchar anécdotas de quienquiera que las contara, y a veces con carcajadas resonantes y contagiosas.
Roxana no era tan alta como Bere, ni contaba con los recursos con los que Bere sí. Además, su cuerpo tampoco era tan voluptuoso como el de Bere, o por lo menos nunca nos dimos cuenta, porque Bere vestía con prendas que resaltaban sus curvas y escote, y la ropa de Rox era de calidades inferiores y no acuerpada. Era notorio también que no tenía muchas prendas.
Eddy y Rox se buscaban cada que podían y disfrutaban de la compañía uno del otro. Todo mundo notaba la atracción mutua, pero nadie sabía a ciencia cierta si la misma era solo física, romántica, convenenciera, o familiar, ya que nunca se les vio besándose o caminando tomados de la mano, por ejemplo.
Cuando se veían, las pláticas de Rox fascinaban a Eddy, quien escuchaba con mucha atención. Le parecía tan distinto y agradable que Rox tocara temas que otras personas no, como por ejemplo que mencionara que el Danzón número 2 de Arturo Márquez fuera tan famoso que no únicamente latinoamericanos como el director Gustavo “the dude” Dudamel lo incluyera en sus conciertos, sino que hasta la Sinfónica de Singapur lo hiciera. O que la tan mentada inteligencia artificial no fuera otra cosa más que una serie de computadoras conectadas entre sí encontrando e hilvanando frases e imágenes en bases de datos enormes, y que la AI dependía de que simplemente nadie apagara el interruptor de electricidad. O que la mejor forma de contribuir a desacelerar el calentamiento global era tal y cual forma… en fin.
Ese tipo de conversaciones contrastaba con los temas que Bere tocaba: casi siempre hablando de personajes de la farándula de los cuales Eddy no sabía ni jota, o de las tendencias de la moda barata ahora tan en auge, o cómo la Taylor tenía todo un equipo de asesores para todo lo que hacía, desde la ropa que se ponía, lo que publicaba en las redes sociales, y hasta cómo presentarse en el estadio cuando su prometido jugaba.
Interesantes hasta cierto punto, porque Eddy nada sabía al respecto. Él era más local: sus intereses eran sobre los grupos del país, la política del estado, el equipo de futbol más querido en la ciudad y así. Por lo cual Bere era como un mundo nuevo. No tan atractivo como el que Rox entregaba, pero nuevo al fin.
Cuando las clases se reanudaron, Eddy se encontró con que sus amigos lo esperaban con miles de preguntas, felicitaciones, y hasta reclamos: “Qué chingón, güey”. “Me hiciste perder una buena lana, cabrón. Le aposté al Robert”. “¿Ya le diste?” “Nada más la cara de estúpido tienes ¿eh?” “Me la ganaste, gandalla.” y así por el estilo, pues ya toda la escuela se había enterado de que Eddy era el novio de Bere. Fue entonces que por fin entendió los mensajes y publicaciones que no solo sus amigos, sino las pibas, le habían estado mandando en esos días.
Aun así, a todo esto, Eddy no contestó ni una pregunta, parte por su personalidad, parte por la sorpresa. Simplemente agradeció los comentarios agradables e ignoró los negativos. Sin atinar cómo es que él súbitamente ya era novio de Bere, pues nunca hubo declaración real. Pero, sin inconveniencia alguna, Eddy comenzó a salir con Bere, su novia adoptiva. Mientras durara, disfrutaría de tener en sus brazos el exquisito cuerpo de la modelo del colegio. ¿Qué habría de malo en ello?
En los días que Rox coincidía con la pareja, ésta siempre estaba muy incómoda o discutiendo. A Rox le causaba mucho pesar lo mismo, pues ella nunca experimentó enojo o fastidio de parte de Eddy, quien se mostraba frustrado y hasta veía a Rox con cara de suplicio: “rescátame por favor.”
Rox sabía que no podía competir con Bere, ni en atractivo ni en recursos financieros ni humanos, y mucho menos en tiempo, pues ella siempre estaba ocupada con trabajo, escuela, y hasta con el Banco de Comida, pues hacía voluntariado para ayudar a los menos privilegiados de la sociedad. Y tomaba tal compromiso con seriedad y responsabilidad, cual si fuera su principal actividad.
Así de que comenzó a ser menos frecuente el que Eddy y Rox se vieran seguido, aunque fuera por lo menos unos minutos para platicar.
Los amigos y compañeros notaban que ambos se veían más tristes cuando por fin coincidían, y que, también, Eddy y Bere no manifestaban una alegría total al estar juntos. Peor, cuando Rox andaba cerca, las pláticas de la pareja se volvían alegatos, casi siempre Bere enojadísima y Eddy volviéndose largas explicaciones que no rendían fruto.
A veces las disputas terminaban con uno de los dos alejándose para no continuar dando espectáculo, casi siempre Eddy. En algunas de éstas, Rox se iba atrás de Eddy para consolarlo. Lo cual siempre dio resultado.
Pasaron muchos meses con estos mismos escenarios, hasta que una vez, Bere, cansada de tener una relación inestable, decidió hablar con Rox para estar segura de… de… ¿de qué? Ni siquiera sabía qué era lo que quería saber. Había buscado tanto en el perfil de Facebook de Eddy como en el de Rox y, aparte de ciertos likes y comentarios sosos de uno hacia el otro, nunca encontró algo que delatara una relación pasada o presente, ni fotos de ambos juntos, o por lo menos ellos dos y otros amigos en la misma foto. Estaba rarísimo, pues no había una explicación lógica del cambio de personalidad que Eddy experimentaba cuando veía a Rox. Hasta lo notaba tenso, vibrante, sonriente, más que con cualquier situación vivida con ella.
Estaba decidido, si Edward no era capaz de comunicar sus cosas, o estaba engañándola u ocultando algo, sería la misma Roxana quien confesaría todo.
En la escuela, cuando Bere y Rox se encontraban se saludaban normalmente, pues ya habían coincidido en ciertas clases y sabían un poco la una de la otra. Ahora era cuestión de ahondar en dicho conocimiento.
– Roxana, quiero hablar contigo.
– Dime.
– No, aquí no. En un lugar menos atestado.
– Voy al Banco, si quieres caminamos y hablamos.
– No vayas, de seguro hay más voluntarios que pueden suplirte.
– Hoy no. De hecho, hoy no me tocaba, pero dos se enfermaron y necesitan a alguien más por unas horas.
– No quiero caminar hacia allá e ir platicando. Si quieres, nos vemos en la fuente de sodas de la bahía mañana.
– Está bien, probablemente si pueda ¿a qué hora?
– La que tú elijas, yo estoy libre después de las ocho de la mañana.
– Bueno, entonces… am… a las cinco y media.
– ¿Tan tarde? Si es sábado.
– Sí, pero trabajo y salgo a las cinco.
– Esperaba que fuera en la mañana, pues me urge… digo, quisiera saber…
– ¿Sí?
– No, nada, ya… mañana hablamos.
– ¿En serio es algo urgente?
– No, no, claro que no.
– Dijiste me urge.
– No, digo sí, pero equivoque la palabra. Me pasa seguido, digo… a veces. ¿Qué tienes? te vez intranquila.
– Es que tengo que ir al Banco.
– Ay, sí. Bueno… ya nada más, pásame tu número… para mensajes, por si algo se atraviesa.
– Okey… Este es, tómale foto y luego me agregas ya con calma.
– Ya. Nos vemos mañana.
– Sí. Ciao.
– .
– ..
– .
– ….
– .
– ……
– ¡Ah! Oye. No le digas a Eddy que hablaremos.
– ¿Qué?
– QUE, QUE NO LE DIGAS A NADIE QUE HABLAREMOS.
– NO PENSABA HACERLO. Ciao.
Bere no pudo dormir más que un par de horas en toda la noche. No sabía cómo era que tendría que iniciar la confesión de Rox, de por qué Eddy se veía feliz con Rox, pero no con ella.
A pesar de que los ratos de intimidad eran excelentes, pues pareciera que en privado todo fuera un sueño, en público había mucho recato, y en los terrenos de Rox, Eddy era definitivamente otra persona.
Tal vez lo mejor sería decirle a Rox que se alejara de Eddy, prohibirle que hablara con él. Pero ¿cómo? Si estaban en la misma escuela, y además sus actividades personales los hacían cruzarse en las calles casi a diario. ¿Qué hacer?
Las horas del sábado se hicieron eternas, trató de distraerse leyendo y no pudo. Puso una serie nueva pero su atención estaba en otro lado, repitiendo el primer episodio tres veces con tal de captar la trama.
Al mediodía ni siquiera recordaba si desayunó, y si lo hizo, qué fue lo que desayunó, porque no sentía hambre alguna. Las horas pasaron lentas. Cuando la manecilla corta apuntaba al número romano V del reloj de pared de la sala, y la larga al XII, no pudo a aguantar más y salió hacia la bahía, apurada. Sabiendo que llegaría mucho más prematura que a la hora acordada. Como si eso provocara que Rox también se presentara temprano.
Después de rápidamente consumir un licuado grande y dulcísimo, y pedir luego un muffin vegano de fibra de trigo, como para contrarrestar el azúcar del licuado, vio su iWatch por enésima vez: 17:23. Bueno, ya faltaba menos para que Rox llegara.
Masticando lento, cerró los ojos y comenzó dubitativa en cómo iniciaría la conversación y cómo formular las preguntas sobre Eddy y Rox, pues aún no sabía qué exactamente iba a decirle a Rox. Quien justo apareció:
– Hola, Bere. Creí que yo llegaría antes que tú. ¿Tienes rato?
– Ay. Hola, no, digo, sí. Este… Bueno, no mucho.
– ¿Ese vaso no es tuyo? -dijo señalando la copa de licuado ya vacía, al tiempo que dejaba caer su mochila y se sentaba enfrente de Bere.
– No. -mintió. -Ha estado ahí desde que llegué y no lo han recogido.
– Hmm. -Rox notó que otras mesas estaban vacías, por lo que era curioso que Bere hubiera escogido una con trastes sucios. Pero no dijo más.
– ¿Quieres que te compre algo? Ya empecé con este muffin, y quiero pedir un café latte. Dime, yo invito.
– No, realmente no. Prefiero comer algo en casa. Aquí tengo mi agua.
– ¿Segura? Yo te hice cambiar tu rutina.
– De verdad, lo único que tengo es sed.
– Bueno, entonces… mm… este…
– ¿Entonces?
– Bueno, de seguro ya sabes de lo que se trata.
– Creo que sí, pero no estoy segura.
– Se trata de Eddy. Por supuesto.
– ¿Tiene algo?
– No. Quiero decir, sí. Ay, hay algo duro en el pan, no he podido masticarlo. Perdón, es que de seguro me oyes rara por tener ese pedazo de algo en la boca.
– No, está bien, te escucho bien.
– Pues no quiero hacer caso de lo que otras personas dicen, y quiero saber directamente de vos si es que fueron novios. Dime la verdad por favor.
– No, Bere. Nunca fuimos novios.
– ¿Nunca? ¿Ni hace mucho?
– No. Siempre hemos sido amigos. Nos llevamos muy bien.
– Se nota.
– Es lo del baile de graduación ¿verdad?
– ¿Qué?
– Que lo que quieres saber es por qué me invitó a mí y no a vos.
– ¿Como? No, no sé de qué hablas.
– Del baile de graduación de los que salen este año. Ya sé que faltan meses, pero ya habíamos acordado en ir juntos.
– Esto, es… ay… no sé qué pasa.
– La otra vez me dijo que no sabía cómo explicártelo sin que te enojaras.
– Es que ni siquiera… las únicas dos veces que tocamos el tema del baile se puso muy tenso y nunca me dijo que te había dicho si querías ir con él… am, o cualquier cosa relacionada con eso.
– Sí, es que desde noviembre nos habíamos puesto de acuerdo.
– ¿Y tú crees que eso está bien?
– No le veo nada malo.
– Sabes perfectamente que SOY SU NOVIA.
– Sí, Bere, pero ya habíamos quedado. A mí no me ha dicho que cambia de planes, además de que sabe que aparté un vestido y he estado yendo a la sastrería para medidas y todo.
– ¡Puedes deshacerte del vestido!
– No te alteres por favor. No, ya pagué una parte. Además, Eddy, siendo como es, no creo que me decepcione. Si no te ha dicho algo al respecto es seguro que está tratando de encontrar la mejor forma de decírtelo.
– No me molesto, es que el sol me está dando en los ojos. Deja muevo la silla acá. Umph.
– Creo que debes esperar a que él te explique.
– No es necesario, ya estamos tú y yo hablando. Tú aclárame.
– No estaría bien.
– Te doy el dinero del vestido, si quieres, solo cancela el compromiso sin darle muchas explicaciones.
– No puedo hacerle eso. Es mi mejor amigo.
– ¡Pero yo soy la novia!
– Pues…
– Pues ¿qué? ¿qué? Sí tienen una relación más allá de la amistad, ¿verdad? ¡Dime!
– No, Bere, no es eso.
– ¿Te lo coges?
– ¿Qué? Ay. Por favor…
– Dime entonces.
– Sí. Me atrae como macho. Así tal cual. Y estoy segura de que yo también le atraigo, a pesar de no tener un cuerpo como el tuyo. Pero sé muy bien, que, si me lo hubiera hecho novio, no podría conocer a otros hombres. Y me siento muy joven como para no estar comparándolos y darme cuenta de qué exactamente es lo que mejor me queda… En cuestión no únicamente sexual, sino también en las de correspondencia sentimental, idiosincrática, y hasta económica.
No descarto la posibilidad de que me diga que tiene que cambiar de pareja para el baile, pero yo no soy quien ha de decidir eso. Él tiene que hablar contigo, y con mi go, antes de cualquier cambio que quiera hacer, si es que cambiara de parecer.
– Me, me… -Bere no supo qué contestar a tan elocuente, sorpresiva, y juiciosa explicación.
– Bere, no creo que cambie. Lo conozco muy bien, y lo más probable es que esté buscando el mejor momento para decirte que irá al baile con su amiga.
– ¡Pero yo soy la novia!
– Ya sé. – Rox tomó su mochila, se levantó y miró a Bere inclinando la cabeza levemente, abriendo sus ojos al máximo, indicando Tú y él tienen que hablar. No yo.
Berenice se quedó ahí viendo como Roxana se alejaba. Dándose cuenta de que tal vez fue un error haberse hecho novio a Edward tan intempestivamente. Cómo estaba perdiendo el tiempo en lugar de hacer lo que Rox.
Sollozó una vez más y levantó la nublada vista hacia Roxana y gritó ¡Pero yo soy la novia!
Esta vez en silencio, pues ningún sonido salió de su abierta boca.
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