Su madre había decidido que, si era niña, la llamaría María Gabrielle, si era niño, Viktor Manuel.
Resultó ser niños.
Sí, no un niño, sino dos: Viktor y Manuel.
Lo curioso era que desde bebés se notó que pocas veces parecían llevarse bien, a pesar de ser idénticos, o probablemente por lo mismo. Se incomodaba uno porque mamá cambiaba de pañal primero al otro, o por cosas tan simples como, cuando comenzaron a gatear, uno llegara primero que el otro a tomar un juguete, el que fuera. Parecía que, en lugar de hermanos, eran contrincantes.
Se molestaba uno de las acciones del otro y peleaban constantemente durante su infancia, era ya un constante reñir por jugar con el juguete que el otro tenía, o por la ropa que el otro usaba. La cosa era que hasta si la porción de comida en el plato del otro pareciera más que en el propio, era causa de gritos y discusiones sin fin. Pocas veces se les veía tranquilos en presencia de su gemelo.
En la adolescencia fue todavía peor, tanto así que… bueno, será mejor saltarnos esa época. Lo que sí fue muy notorio en ese periodo es que ya no compartían las mismas prendas, y hasta preferían que la ropa fuera totalmente distinta de la del otro. Viktor se inclinó por las prendas más serias, más conservadoras y elegantes, de las telas más finas y agradables a la vista, sus zapatos siempre limpios y bien boleados, relojes que, aunque no caros, sí en buen estado físico y estético. Manuel portaba pantalones sucios, rotos. Camisetas con gráficas llamativas y escandalosas, zapatos extravagantes, pero mal cuidados, pulseras de plástico o de hilos multicolores que no parecían tener belleza alguna…
Lo curioso de todo esto es que, justo cuando cumplieron veinte años, todo pareció cambiar. Ya no peleaban, esto es, sí discutían mucho, pero lo hacían de una forma pacífica, sin gritos, sin dedos apuntándose uno al otro, sin las tan constantes interrupciones de antaño.
Pareciera que se hubiesen transformado en otras personas. Platicaban de toda y cualquier cosa, y únicamente cuando se enfrentaba uno de los dos a un problema difícil de resolver, lo discutían hasta estar de acuerdo en la mejor solución posible.
Algo que la gente no notó durante sus primeros años, pero que fue latente al iniciar su tercera década de vida, era que eran atractivos. No Adonis, pero sí sobresalían entre la multitud por su cara, principalmente sus ojos de mirada pícara, y una sonrisa que derretía a las muchachas pretendientes de cualquiera de los dos. Su altura y complexión física también eran mejor que el promedio masculino, pero su principal atractivo era su forma de hablar, siempre haciendo gestos y movimientos de manos que hacían más fácil entender sus elocuentes y floridas explicaciones, anécdotas, cuentos, bromas, y ocurrencias.
También, su vestimenta cambió, Manuel comenzó a vestirse mejor y Viktor a hacerlo más casual. Se dieron cuenta de que era mejor y hasta muy cómodo intercambiar la misma ropa y calzado, el mismo estilo ordinario, mas no estrafalario, de las modas de sus tiempos.
A menos que estuvieran a una distancia muy corta, a veces era casi imposible distinguirlos, hasta para su propia familia.
Cuando Manuel se hizo novias todo fue aún más interesante.
Pareciera que a Viktor le costara más trabajo iniciar relaciones con el sexo opuesto, pero para Manuel era como un juego. Tanto así que, durante cierta temporada de la universidad, tuvo tres novias.
Al mismo tiempo.
Viktor aportaba las ideas más decentes y éticas de cómo evitar conflictos. Manuel explicaba las características y formas de ser de las novias, para evitar los mismos, y principalmente para que, en caso de necesidad, Viktor se hiciera pasar por él y tuviera un rato agradable con Mónica, Alexandra, o Elizabeth.
Aunque a veces se sentía incómodo, a Viktor le era fácil sustituir a su hermano en tales situaciones. Lo más curioso aún era que, al igual que Manuel, le gustaba más salir con Mónica que con cualquier otra.
Pero tales aventuras también eran motivo de discusiones y peleas. Después de varias disputas muy acaloradas al respecto, acordaron que Viktor saldría más seguido con Mónica, y Manuel con las demás.
Pero aún así, con acuerdo y todo, se entablaban en discusiones sin fin.
Mónica se convirtió en algo así como la manzana de la discordia, en menor magnitud.
Viktor sentía que Mónica se daba perfecta cuenta de la diferencia entre los dos, y que sabía también que estaba con uno u otro y los distinguía perfectamente. Siguiéndoles el juego. Por lo mismo, Viktor pensaba que Mónica lo prefería a él muy por encima de que a Manuel.
No obstante, a Manuel no parecía darle celos de que cada vez más y más seguido Viktor saliera con Mónica. Para Manuel era lo mismo cualquiera de las tres, o las cuatro, cuando incursionaba en nuevas aventuras a pesar de tener suficientes opciones.
Todo comenzó a desmoronarse cuando Alexandra se presentó de improviso en el café donde Manuel platicaba con Elizabeth. Ambas, después de los alegatos, ofensas, y hasta manotazos, decidieron dejar a tan infiel e inmoral personaje, no sin antes amenazar hacer público su mutuo descubrimiento en todos los medios posibles.
En caso de que ellas dos no fueran las únicas engañadas.
A los conocidos, compañeros, amistades, e incluso familia de todos los involucrados pronto les llegaron las noticias, con lujo de detalles y hasta como si fueran transmitidas por un radio descompuesto: amplificadas, seccionadas, distorsionadas, y con mucho ruido de fondo.
Esto era un arma de dos filos, pues muchas de las muchachas que pertenecían a los círculos de ellos, darían lo que fuera por que cualquiera de los dos se fijara en ellas. Incluyendo a las propias primas del par.
Pues eran no únicamente atractivos anatómicamente, sino populares, inteligentes, y bien educados, tanto académica como familiarmente. Aunque las mismas se daban cuenta de que corrían el riesgo de convertirse en pasatiempos, ya estando con alguno de los dos tratarían de enamorarlos para quedárselos. El simple hecho de que alguna chica mencionara que platicó con alguno de los dos por espacio de más de diez minutos provocaba en las oyentes una especie de admiración mezclada con celos. Tanto así.
Viktor estaba preocupadísimo porque se daba cuenta que estaba ya muy enamorado de Mónica, y no concebía el tratar de explicarle que al principio nada era serio para él, sino que simplemente fue el tratar de ‘’ayudar” a su hermano de alguna forma mientras Manuel decidía con quién quedarse, pero por más que tramaba alguna explicación que tuviera sentido, nada lo convencía. Estaba seguro de que Mónica le reclamaría y lo odiaría, con muy justa razón.
Para Manuel, nada de lo ocurrido importaba, si hubiera que quedarse sin compañera por un tiempo, y encima portar una etiqueta de infidelidad y deshonestidad, amén. Sería cuestión de un par de meses a que la nota se enfriara, y no batallaría en hacerse de alguna otra ingenua. O dos.
Viktor se armó de valor y llamó a Mónica para verse y platicar el fin de semana siguiente en una -estaba seguro- última cita en donde ofrecería disculpas sinceras, pues de alguna forma él también tenía el corazón roto.
Como de costumbre, platicó con Manuel al respecto, tratando de adquirir ideas y palabras que no fueran tan desgarradoras para ninguno de los dos, esto es, ni para Mónica ni para Viktor. Además de que Manuel había sido quien inició la relación y, por consiguiente, conocía a Mónica quizá tanto como él.
– Mane, me gustaría salvar la relación con Mónica. Sé que a ti te da lo mismo ella que cualquier otra, pero para mí, bien sabes, es la mujer que me llena por completo.
– No tiene caso. Va a reclamarnos igual que las otras, además no está tan bonita como Alex. Ya encontraré una más buena. Ten paciencia.
– No se trata de si está bonita o buena. Me gusta mucho su personalidad, su idiosincrasia, y sus ocurrencias. Nos llevamos muy bien. Ni modo que no lo hayas notado.
– Sí, pero hay miles de mujeres. No te aferres con una que apenas tenemos unos meses de conocerla y ni sabemos mucho de ella. Búscate una que esté buena.
– No quiero eso. Y no han sido unos meses, es ya más de un año, pero no te has dado cuenta porque estás siempre prefiriendo manosear a la Alex o a Eli.
– Sí, pero tú manoseas a Mónica.
– No, no la manoseo. Quiero decir, si disfrutamos nuestras sesiones dactilares, pero lo que me agrada es su forma de ser. Ni modo que me digas que a ti no.
– Claro, claro… ¡Ja! dac ti la res, no manches… Bueno, pero lo que te digo es que nos va a mandar a chiflar a toda nuestra loma. Más vale que se te baje la calentura, y ya pronto tendremos a alguien más.
– No es calentura, güey.
– Ay, claro que sí. Si yo fui quien la consiguió.
– Ya sé, ya sé… siempre… lo que quiero es que me ayudes a retenerla, no a que me estés diciendo que vas a conseguirme otra vieja.
– ¿En serio la quieres, güey?
– Sí.
– ¿De verdad? ¿Cómo para siempre?
– Sí, ya te dije que sí. Aunque sea por un año más… depende… Necesito tu ayuda.
– ¡Chale! Muy bien… déjame pensar…
– Trata de recordar algo que la haga darse cuenta de que tú la engañaste, pero yo no.
– ¡Vik! A estas alturas sabe perfectamente quienes somos. Y es muy probable que distinga per fec ta men te entre tú y yo.
– Ya sé, yo también siento que sabe quiénes somos y lo que nos hace diferentes, es precisamente por eso que necesitamos encontrar la forma de convencerla de que sí la quiero.
– Pues es eso exactamente: dile que cuando te pedí que me hicieras el paro no estabas muy de acuerdo, pero que ella siempre te llamó la atención y por eso accediste, para conocerla mejor.
– ¿Y si de verdad nunca se dio cuenta? Siempre me llamaba Corazón, o Amor, y muy pocas veces… bue- al principio nada más, Manuel.
– Mira, es muy lista. Tal vez hasta es ella la que nos engañó, estaba comparándonos para ver quién le gustaba más.
– Si así fuera alguna vez se habría dirigido a mí como Viktor. Nunca lo hizo.
– ¡Por eso! Nos siguió el juego y de seguro sabe que eras tú, quizás esperando que tú dijeras algo primero… ¿alguna vez le insinuaste algo?
– No. Nunca… siempre fingí ser tú.
– Pues no creo que pierdas con el simple hecho de presentarte y abrirte de capa y decirle que a partir de… ¿Cuándo dices? Que eres tú con quien ha estado.
– Es más de un año desde que comencé a salir con ella, tú solo la viste en tres o cuatro ocasiones, el resto de las veces he sido yo.
– No puede ser.
– Sí es. Me preocupa. Quizá creyó que la mitad de las veces eras tú y la otra yo.
– Bueno, creo que estamos desvariando. Es segurísimo que sabe que eres tú.
– ¿Y si únicamente estaba esperando a que se nos cayera el teatro para reclamarme o abofetearme o ponerme en ridículo en público?
– Ya, ya, bájale buey. No te queda hacerte la víctima. Lo peor que puede pasar es que termine la relación.
– ¡Manuel! Entiéndeme…
Y así siguieron por más de una hora, simplemente discutiendo, consolándose, criticándose, tramando planes, apoyándose, cuasi ofendiéndose, y principalmente, queriéndose. Reconciliándose.
El desenlace con Mónica realmente no importaba. Ni el de las demás. Ambos sabían que era mucho más fácil para cualquiera de los dos hacerse de relaciones que para la gran mayoría de los muchachos. La discusión tenía otro objetivo.
Ambos sentían que tenían que rehacer los lazos que tanto habían desgastado con su hermano gemelo. El platicarlo, argumentarlo, discutirlo, pensarlo juntos era la forma en que ambos se daban cuenta de que se apoyaban en alguien con quien podrían seguir contando toda la vida.
Ellos no lo notaban, pero los demás nos dábamos cuenta de que siempre sonreían al platicar el uno con el otro, como dándose cuenta de que se complementaban perfectamente, como si dichas conversaciones fueran la cura para tantos años de contiendas sin razón.
A excepción de temas muy profundos, de filosofía o política, por ejemplo, en donde las discusiones tomaban horas, y a veces tenían que ser retomadas después, ya nunca hubo más peleas.
Mucho menos de índole física.
Ni por juguetes, ni por ropa, ni por comida.
Y tampoco por mujeres.